He despertado finalmente en un lugar que me parece absurdo y extravagante al principio. Mi corazón está sumamente agitado y comienzo a pensar que lo de anoche fue más que un sueño. Fue una revelación automática de mi subconsciente. Me lleno de angustia y temor.
Volteo a mi alrededor, tratando de buscar alguna persona. Nadie. Enfrente de mí, en la sala, reconozco una pequeña figura; muy conocida por su fama religiosa.
Me estremezco y un impulso aterrador mi incita a levantarme del sofá de un sobresalto. Me encuentro caminando hacia él. Al tomarlo entre mis manos, me invade un sentimiento de amargura, exaltación y miedo al mismo tiempo. Es algo que jamás había sentido antes.
Lo observo detenidamente, y me pregunto al mismo tiempo si habrá sido una casualidad haber tenido ésta cruz enfrente de mí todo el tiempo. Es curioso; a pesar de que conozco su origen y su estancia inmóvil desde hace mucho. Siempre ha estado ahí; sin inmutarse ni un solo instante por la presencia de nadie. Sin embargo; ésta vez es diferente. Un impulso aterrador me obliga a pegarme la cruz al pecho con tal fuerza, que puedo sentir el latido de mi corazón entre él y mis manos. Mi respiración comienza a acelerarse poco a poco al recordar aquél sueño.
Me lleno de angustia y quedo en un estado de aletargamiento total. Mirando el vacío, recuerdo el momento en que todo sucedió. La vida que me ha tocado vivir desde pequeño ha sido excesivamente difícil. Preciso tener en cuenta mi camino y buscar aquello que tanto anhela mi corazón.
Escucho un susurro de voces, abro los ojos agitadamente y volteo a mi alrededor. No hay nadie junto a mí. Observo la cruz que tengo firmemente apretada contra mi pecho y es cuando comienzo a recordar; aquel sueño que tuve, aquella aterradora y profunda revelación…
Anoche soné que estaba en el desierto
Solo, completamente solo…
Y pensaba: ¡No es posible, seguro que estoy muerto!…
Ya que a mi lado no encontraba…
Ni mi cuerpo, ni señales, ni palabras.
Sólo arena; sólo arena del desierto…
Un espanto supremo me agobiaba…
Una sed de salvarme de la nada,
Un terror de saber que yo flotaba,
Y en montañas de arena me enterraba.
Yo quería despertar clamando al cielo
Y seguro mi voz fue escuchada;
Pues un viento salido de mi anhelo,
Al oído muy despacio murmuraba:
-Eres alma; eres alma buscando su morada…-
-¿Y qué he de hacer señor para buscarla?-
-¡¿Y qué he de hacer señor para encontrarla?!
-Toma tu cruz y sigue tu camino,
Toma lo que con creces yo te he dado…
¡Mas no esperes encontrar un buen destino,
En torbellinos de errores enlodados!
-El camino a la verdad y hacia la gloria,
Cuando naciste lo tenías ya trazado…
Piensa un poco, recuerda, haz memoria
Y verás que sólo tú lo has destrozado…-
El viento se apagó… quedó el silencio
Busqué mi cruz; y no pude encontrarla!...
Y sólo el desierto que era inmenso,
En llamas de terror logró ocultarla…
Agobiado de sed, miedo y espanto…
Desperté sudando y tembloroso,
Y entonces contemplé al Dios Santo,
Que en su altar me miraba bondadoso…
Terrible fue en verdad ésa experiencia…
Y hermoso el despertar de mi conciencia;
Ya no temo señor, a ése desierto…
PUES CONMIGO TU ESTÁS; Y YO YA ESTOY MUERTO.
(Autor del poema: Manuel González Ceja)
<Mi abuelo que en paz descanse>
<Mi abuelo que en paz descanse>
No hay comentarios.:
Publicar un comentario