Helios, el Dios del Sol diariamente atravesaba la bóveda celeste con
su carro de fuego. Cuatro poderosos caballos tiraban de su carruaje, el cual
salía por la mañana desde el Oriente y durante el crepúsculo se sumergía en el
Occidente.
Helios resplandecía de tal manera que con la luz y el calor que
emanaban de él y de su carro, diseminaba la vida por todas partes.
En un reino de Grecia vivía Euterpe, una mortal que estaba enamorada
de Helios. A lo largo del día continuamente volteaba la vista al cielo para
mirar a aquel destellante Dios.
Pero Helios tenía un amor secreto. Una joven mortal de nombre
Perséfone que todas las mañanas salía de su morada para recorrer las praderas y
poder ser observada por el flamante Dios.
Euterpe resentía las acciones de Perséfone y quería poner fin a su
atrevido comportamiento, pues sentía la necesidad de ser observada por Helios,
en lugar de ella. Así que una noche, la envidia de Euterpe consiguió arrastrar
a la inocente Perséfone a un catastrófico imprevisto. Le preparó un brebaje
que, según Euterpe, le permitiría a Perséfone, ver con claridad a su amado
Dios, sin lastimarse los ojos. Pero lo que Perséfone no sabía era que en
realidad la audaz Euterpe conocía los secretos de la alquimia de los alimentos
y brebajes milagrosos. Así que en lugar de protegerla de los benignos rayos
ultravioletas que Helios emanaba; la pobre Perséfone comenzó a debilitarse con
el paso de los días, hasta llegar al punto de no poder salir de su casa para
recorrer los jardines y las praderas, además de quedar completamente ciega.
Por más que Perséfone trató de delatar a la embustera de Euterpe,
nadie le creyó; pues la joven Euterpe era hija de una bondadosa gitana y un
humilde orfebre, regidos por valores y alabanzas a los dioses. Así pues, aunque
Euterpe no podía salir más para sentirse cerca de su amor, Helios sospechaba
que Perséfone había tenido algo que ver con la “repentina enfermedad” de su
amada. Así que un día, Helios decidió bajar durante la noche, después de
concluida su labor, y visitar a su amor Perséfone. Ésta le contó lo sucedido y
con la ira propia de un poderoso Dios; Helios decidió poner fin a las artimañas
de Euterpe y movió influencias divinas para que la misma Euterpe se envenenara
con uno de sus propios brebajes. Cuando esto hubo ocurrido, la joven Euterpe
era irreconocible, pues comenzaron a brotarle raíces de pies y manos, y sin
poder hacer nada al respecto, fue convertida en un helecho nocturno. Un helecho
que no podía ser visitada por la luz y el calor de Helios, ya que marchitaría y
moriría. Necesitaba de la sombra y el agua para poder vivir, así que sus padres
se hicieron cargo de ella por el resto de sus tiempos, mientras que Helios les
comentó del infortunio a los dioses y entre varios, al compadecerse de
Perséfone por su condición; decidieron otorgarle el don de poder contemplar a
su amado por el resto de su vida y sentirse todos los días más cerca de él.
La transformaron en planta. El rostro se le convirtió en una hermosa
flor amarilla de finos pétalos y centro del color de la tierra, que sigue al
sol a lo largo de todo su recorrido. Los griegos llamaron a esa planta
Heliotropo, que significa “la que sigue a Helios”. Nosotros la conocemos con el
nombre de Girasol.
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