He despertado finalmente en un lugar
desconocido. Mi mente está sumamente agitada y perpleja, comienzo a pensar que
lo de anoche fue algo más que solo un sueño. Fue una revelación automática de
mi subconsciente…
Escruto mi entorno con la mirada en
penumbra, tratando de buscar alguna persona, alguna señal de vida, algún
indicio… Nada, Nadie. Enfrente de mí,
reconozco una pequeña figura muy conocida por su fama religiosa.
Me estremezco y un impulso aterrador me
incita a levantarme de un brinco. Camino hacia Él. Al tomarlo entre mis manos, mi corazón late con tal fuerza, que
casi siento cómo se sale de mi pecho, mi piel se eriza y un tétrico frío
recorre mi espina dorsal. Es algo que jamás había sentido antes.
Lo observo detenidamente, y me pregunto
al mismo tiempo si habrá sido una casualidad haber tenido esta cruz enfrente de
mí todo el tiempo. Es curioso; pareciera que ÉL reconoce la persona que lo sujeta entre sus manos, pues lo mira
con piedad, como guardando un triste secreto que se sabe ya revelado. Sigiloso,
escatológico. Siempre ha estado ahí, sin inmutarse ni un solo instante por la
presencia de nadie. Sin embargo, esta vez es diferente. Cierro los ojos y un
impulso aterrador me obliga a pegarme la cruz al pecho con tal fuerza, que
puedo sentir cómo mi cuerpo entero se desploma, débil, febril.
Maldigo, suspiro. Mis venas saltan de
mis cienes cual mar enfurecido en plena tormenta y mi respiración se acelera
sin poderla controlar.
Escucho un susurro de voces y abro los
ojos rápidamente. Me doy vuelta, una y otra vez; escucho voces que susurran mi
nombre. No hay nadie junto a mí. Observo la cruz que tengo firmemente apretada
contra mi pecho y sin poder reparar en la situación ni un minuto más; me invade
el recuerdo…
Anoche soné que estaba en el
desierto.
Solo, completamente solo…
Y pensaba: ¡No es posible,
seguro que estoy muerto!
ya que a mi lado no
encontraba
ni mi cuerpo, ni señales, ni
palabras.
Sólo arena; sólo arena del
desierto…
Un espanto supremo me agobiaba,
una sed de salvarme de la
nada,
un terror de saber que yo
flotaba
y en montañas de arena me
enterraba.
Yo quería despertar clamando al cielo,
y seguro mi voz fue
escuchada
pues un viento salido de mi
anhelo
al oído muy despacio
murmuraba:
– Eres alma. Eres
alma buscando su morada
– ¿Y qué he de hacer señor
para buscarla?...
¡¿Y qué he de hacer señor
para encontrarla?!
– Toma tu cruz y sigue tu camino,
toma lo que con creces yo te he dado…
¡Mas no esperes encontrar un buen destino
en torbellinos de errores enlodados!
El camino a la verdad y hacia la gloria,
cuando naciste lo tenías ya trazado.
Piensa un poco, recuerda, haz memoria
y verás que solo tú lo has destrozado… –
El viento se apagó. Quedó el silencio,
busqué mi cruz y ¡no pude
encontrarla!
y sólo el desierto que era
inmenso,
en llamas de terror logró
ocultarla.
Agobiado de sed, miedo y espanto,
desperté sudando y
tembloroso
y entonces contemplé al Dios
Santo
que en su altar me miraba
bondadoso…
Terrible fue en verdad esa
experiencia,
y hermoso el despertar de mi
conciencia;
ya no temo señor, a ese
desierto…
PUES CONMIGO TU ESTÁS Y YO YA ESTOY MUERTO
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