jueves, 29 de noviembre de 2012

Heliotropo (versión alternativa de cuento original)



Helios, el Dios del Sol diariamente atravesaba la bóveda celeste con su carro de fuego. Cuatro poderosos caballos tiraban de su carruaje, el cual salía por la mañana desde el Oriente y durante el crepúsculo se sumergía en el Occidente.
Helios resplandecía de tal manera que con la luz y el calor que emanaban de él y de su carro, diseminaba la vida por todas partes.
En un reino de Grecia vivía Euterpe, una mortal que estaba enamorada de Helios. A lo largo del día continuamente volteaba la vista al cielo para mirar a aquel destellante Dios.
Pero Helios tenía un amor secreto. Una joven mortal de nombre Perséfone que todas las mañanas salía de su morada para recorrer las praderas y poder ser observada por el flamante Dios.
Euterpe resentía las acciones de Perséfone y quería poner fin a su atrevido comportamiento, pues sentía la necesidad de ser observada por Helios, en lugar de ella. Así que una noche, la envidia de Euterpe consiguió arrastrar a la inocente Perséfone a un catastrófico imprevisto. Le preparó un brebaje que, según Euterpe, le permitiría a Perséfone, ver con claridad a su amado Dios, sin lastimarse los ojos. Pero lo que Perséfone no sabía era que en realidad la audaz Euterpe conocía los secretos de la alquimia de los alimentos y brebajes milagrosos. Así que en lugar de protegerla de los benignos rayos ultravioletas que Helios emanaba; la pobre Perséfone comenzó a debilitarse con el paso de los días, hasta llegar al punto de no poder salir de su casa para recorrer los jardines y las praderas, además de quedar completamente ciega.
Por más que Perséfone trató de delatar a la embustera de Euterpe, nadie le creyó; pues la joven Euterpe era hija de una bondadosa gitana y un humilde orfebre, regidos por valores y alabanzas a los dioses. Así pues, aunque Euterpe no podía salir más para sentirse cerca de su amor, Helios sospechaba que Perséfone había tenido algo que ver con la “repentina enfermedad” de su amada. Así que un día, Helios decidió bajar durante la noche, después de concluida su labor, y visitar a su amor Perséfone. Ésta le contó lo sucedido y con la ira propia de un poderoso Dios; Helios decidió poner fin a las artimañas de Euterpe y movió influencias divinas para que la misma Euterpe se envenenara con uno de sus propios brebajes. Cuando esto hubo ocurrido, la joven Euterpe era irreconocible, pues comenzaron a brotarle raíces de pies y manos, y sin poder hacer nada al respecto, fue convertida en un helecho nocturno. Un helecho que no podía ser visitada por la luz y el calor de Helios, ya que marchitaría y moriría. Necesitaba de la sombra y el agua para poder vivir, así que sus padres se hicieron cargo de ella por el resto de sus tiempos, mientras que Helios les comentó del infortunio a los dioses y entre varios, al compadecerse de Perséfone por su condición; decidieron otorgarle el don de poder contemplar a su amado por el resto de su vida y sentirse todos los días más cerca de él.
La transformaron en planta. El rostro se le convirtió en una hermosa flor amarilla de finos pétalos y centro del color de la tierra, que sigue al sol a lo largo de todo su recorrido. Los griegos llamaron a esa planta Heliotropo, que significa “la que sigue a Helios”. Nosotros la conocemos con el nombre de Girasol.

El Despertar de mi Conciencia



He despertado finalmente en un lugar desconocido. Mi mente está sumamente agitada y perpleja, comienzo a pensar que lo de anoche fue algo más que solo un sueño. Fue una revelación automática de mi subconsciente…

Escruto mi entorno con la mirada en penumbra, tratando de buscar alguna persona, alguna señal de vida, algún indicio… Nada, Nadie. Enfrente de mí, reconozco una pequeña figura muy conocida por su fama religiosa.
Me estremezco y un impulso aterrador me incita a levantarme de un brinco. Camino hacia Él. Al tomarlo entre mis manos, mi corazón late con tal fuerza, que casi siento cómo se sale de mi pecho, mi piel se eriza y un tétrico frío recorre mi espina dorsal. Es algo que jamás había sentido antes.

Lo observo detenidamente, y me pregunto al mismo tiempo si habrá sido una casualidad haber tenido esta cruz enfrente de mí todo el tiempo. Es curioso; pareciera que ÉL reconoce la persona que lo sujeta entre sus manos, pues lo mira con piedad, como guardando un triste secreto que se sabe ya revelado. Sigiloso, escatológico. Siempre ha estado ahí, sin inmutarse ni un solo instante por la presencia de nadie. Sin embargo, esta vez es diferente. Cierro los ojos y un impulso aterrador me obliga a pegarme la cruz al pecho con tal fuerza, que puedo sentir cómo mi cuerpo entero se desploma, débil, febril.

Maldigo, suspiro. Mis venas saltan de mis cienes cual mar enfurecido en plena tormenta y mi respiración se acelera sin poderla controlar.
Escucho un susurro de voces y abro los ojos rápidamente. Me doy vuelta, una y otra vez; escucho voces que susurran mi nombre. No hay nadie junto a mí. Observo la cruz que tengo firmemente apretada contra mi pecho y sin poder reparar en la situación ni un minuto más; me invade el recuerdo…
Anoche soné que estaba en el desierto.
Solo, completamente solo…
Y pensaba: ¡No es posible, seguro que estoy muerto!
ya que a mi lado no encontraba
ni mi cuerpo, ni señales, ni palabras.
Sólo arena; sólo arena del desierto…

Un espanto supremo me agobiaba,
una sed de salvarme de la nada,
un terror de saber que yo flotaba
y en montañas de arena me enterraba.

Yo quería despertar clamando al cielo,
y seguro mi voz fue escuchada
pues un viento salido de mi anhelo
al oído muy despacio murmuraba:

 – Eres alma. Eres alma buscando su morada
– ¿Y qué he de hacer señor para buscarla?...
¡¿Y qué he de hacer señor para encontrarla?!
– Toma tu cruz y sigue tu camino,
toma lo que con creces yo te he dado…

¡Mas no esperes encontrar un buen destino
en torbellinos de errores enlodados!
El camino a la verdad y hacia la gloria,
cuando naciste lo tenías ya trazado.
Piensa un poco, recuerda, haz memoria
y verás que solo tú lo has destrozado… –

El viento se apagó. Quedó el silencio,
busqué mi cruz y ¡no pude encontrarla!
y sólo el desierto que era inmenso,
en llamas de terror logró ocultarla.

Agobiado de sed, miedo y espanto,
desperté sudando y tembloroso
y entonces contemplé al Dios Santo
que en su altar me miraba bondadoso…

Terrible fue en verdad esa experiencia,
y hermoso el despertar de mi conciencia;
ya no temo señor, a ese desierto…
PUES CONMIGO TU ESTÁS Y YO YA ESTOY MUERTO

¡Que el trabajo de otros te motive a hacer el tuyo, mejor!

"A la gente no le interesa tu vida, le interesa resolver sus problemas"   Esa frase fue el parteaguas que me ayudó a en...