Escrito el 29 de Diciembre de 2017

He viajado toda mi vida. Cada año mis padres organizaban un viaje (por la fecha de mi cumpleaños en Septiembre), a cualquier parte del mundo. Recorrimos gran parte del continente Europeo y 2 años seguidos nos fuimos a las lejanas tierras de Oriente.
Crecí con la errónea idea de que éramos ricos (de dinero). Pero la realidad fue que mis padres tenían trabajos que los colocaban en posiciones favorables para viajar (mi mamá en aviación, mi papá en hotelería).
Aunque disfruté mucho de los viajes y la mayoría de mis memorias de la infancia rondan por éstas anécdotas viajeras; nunca hice conciencia de lo que estaba viviendo y de verdaderamente disfrutar el viaje en su totalidad, incluyendo la historia, la cultura y tradiciones de los diferentes lugares que visité.
Tampoco recuerdo muchas cosas en concreto y ciertamente no aprendí mucho sobre la nobleza y la belleza que me rodeaba, sobre la humildad y la capacidad de sorprenderme. Daba todo por hecho y no llegué a reconocer la importancia de viajar tal y como ahora estoy tratando de hacerlo.
Llevo una vida totalmente nómada después de que me gradué de la Universidad y comencé a trabajar a tiempo completo, dándome cuenta que esa vida no me llenaba y realmente no estaba cumpliendo con mi llamado.
Todos tenemos un llamado; un propósito de vida que, de no estarlo cumpliendo, nos condenamos a una atrocidad llamada “suicidio espiritual”.
Desde hace un año, estoy viajando, no para conocer el mundo, sino para conocerme más a mí misma.
Sigue mis viajes y aventuras y descubre conmigo, la maravilla de estar en ruta. Porque lo importante no es el destino, sino disfrutar del camino.
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