viernes, 7 de septiembre de 2012

La hora de la comida: una cuestión de “buenos modales”


Por cuestiones personales (y más por deseo que otra cosa), me vi en la “obligada” necesidad de pasar la noche del lunes en casa de mi novio.
Después de la escuela, Miguel (mi novio), me recogió y lo acompañé a realizar algunas actividades que tenía pendientes (como ir a su escuela, recoger unos papeles de su trabajo, etc.). Así bien, como ya se había hecho tarde, decidimos que sería mejor que me quedara en su casa ésa noche y al día siguiente me llevaría a la universidad.
Y así fue. Mis estancias en casa de Miguel, son realmente lindas y cómodas. Mi suegra es excepcional y me trata como si fuera una hija. Y mi cuñada, ¡ni se diga! Es una de las mujeres más divertidas y cools que he conocido (a pesar del nacimiento de su primera hija y lo ocupada y malhumorada que ha estado debido a <quiero pensar yo>, la depresión postparto).
Pues bueno, para realizar mi tarea de romper paradigmas sociales y tener “malos modales” a la hora de comer, fallé en mi cometido de hacerlo frente a mi suegra y mi cuñada (ya no dio tiempo), y tuve que idearme una nueva manera de realizar éste acto para cumplir exitosamente con la asignación que se me había encomendado.
Así que me preparé un lunch bastante rico y nutritivo <desde mi punto de vista>, y lo llevé a la escuela: sin cubiertos (por mero accidente y olvido).
Un virote y un plátano, yogurt, un poco de papaya y el resto del espaguetti que sobró de la comida del lunes…
Estando en una de mis clases de la universidad (producción radiofónica), noté que mi estómago rugía incesantemente; debido al hambre provocada por la falta de desayuno hasta ésos momentos. Por fortuna, la maestra nos concedió media hora de descanso (de su clase de tres horas), para poder relajarnos y comer o simplemente divagar con la mente.
Yo me di a la tarea de comer <más por instinto que por pensamiento>, y decidí no salir del salón. Junto conmigo se quedaron otros tantos compañeros que, al estar ocupados platicando, no notaron la manera en que yo sacaba de mi mochila mis alimentos, con una desesperación intolerable. Dos de mis queridos compañeros, y amigos se quedaron charlando con la maestra y ésta nos compartía a los tres sus anécdotas de trabajo en la radio.
Yo estaba escuchando su historia con un interés incorregible; pero al mismo tiempo, mi cuerpo sacaba automáticamente mis alimentos de sus toppers y los preparaba para el delicioso festín.
Con una súbita impaciencia y un impulso feroz, comencé a prepararme mi “lonche de plátano con yogurt”, a comer mi deliciosa fruta fresca: la papaya y a saborear el exquisito manjar de fideos largos con tomate y aceite de oliva que mi suegra había preparado. Era tanta mi hambre, que en ésos momentos no pensé en nada ni en nadie. Olvidé por completo la cuestión de la tarea, no me percaté de la presencia de la maestra ni mis compañeros y mucho menos puse atención a los impulsos racionales de mi mente que me decían que parara y me comportara de manera adecuada delante de la gente.
Estaba tan ensimismada con mis sagrados alimentos y el acto de comerlos en ése momento, que cuando menos me di cuenta, la maestra me miraba con una expresión horrorizada, confundida y de ternura al verme en ése estado. Tan desesperada, tan hambrienta y con tan malos modales al estar comiendo todo con las manos.
Cuando volteé la cara con el bocado de pasta en la boca y me percaté de la mirada de la maestra y mis dos compañeros; mi expresión fue casi tan divertida como la manera en que uno se ríe de los videos graciosos de una familia.
La maestra se limitó a verme y arquear las cejas con una expresión de “vaya modales jovencita” al mismo tiempo en que me sonreía con perspicacia.
La compañera que me observaba rió y dijo “estás haciendo la tarea, ¿verdad?”. En ése momento recordé todo y fingí demencia diciendo “aahhh, ¡claro!... eso hago. La tarea”. Por dentro reí y por fuera me sentí un poco apenada por la reacción de la maestra. Pero finalmente pude cumplir con el cometido.
La manera en que la maestra me vio fue casi como si quisiera hacerme sentir avergonzada de mi comportamiento. ¿Cómo es posible que una joven universitaria coma de ésa manera delante de las personas y dentro de un salón de clases?
Pero afortunadamente no me sentí ofendida ni ridiculizada ni subestimada. Ya que por dentro me recordé sobre la tarea de romper con el paradigma social público de “comer sin cubiertos” y observar la reacción de la gente. Así pues, fue interesante la reacción de mi maestra y de mis compañeros que, al parecer; ya no era una sorpresa para ellos. 

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